PROCLAMACIÓN CANÓNICA

Confirmado el carácter canónico de aquella Coronación por nuestro Arzobispo y a un año vista de su XXV Aniversario, la Hermandad comienza la planificación de un año de preparación con vistas al 10 de octubre de 1996. Nos adentramos en un año muy especial repleto de actos preparatorios. No se recuerda en esta villa un despliegue tan importante, tanto en la cuantía de los actos como en la calidad de los mismos, así como en la masiva respuesta de los hermanos. Con la edición primeramente de un originalísimo cartel anunciador realizado por el artista Ricardo Suárez López, desde Octubre de 1995 hasta Octubre de 1996 tiene lugar un interesante programa de actos como conciertos de música sacra, charlas formativas, conferencias, mesas redondas, exposiciones, representaciones teatrales y conciertos de música procesional, en los que tuvieron ocasión la presentación de las marchas “Cristo de los Cruceros” “Angustias de los Cruceros Coronada”. Pero no todo fue mero entretenimiento, ni mucho menos. La Hermandad, a través de sus boletines, cultos y manifestaciones, no cesó de recordar a todos durante este año el sentido de la conmemoración, que no era la celebración de una mera efemérides, sino la celebración del fin de una etapa en la que se habían cumplido los compromisos adquiridos y el comienzo de una nueva etapa, repleta a su vez de nuevos compromisos para con Dios, la Virgen y los hombres.

Los hermanos, afanados por llegar con la mejor preparación a la fecha cumbre, se vuelcan y se identifican claramente con el programa propuesto por la Junta de Oficiales a instancia de la Comisión constituida expresamente al efecto, cuya brillante gestión aún se recuerda, siendo todavía objeto de encendidos elogios por lo que supuso en cuanto una nueva forma de colaborar y de trabajar por y para la Hermandad, basada en la participación responsable y en un minucioso y detallado reparto de tareas. Fue esta Comisión el más fiel exponente, o quizá, el germen del Espíritu del XXV Aniversario y el elemento motor de una nueva manera de hacer las cosas. En el transcurso de un Cabildo de Oficiales, el Diputado de Caridad propuso al resto de miembros de la Junta que un hecho de la importancia litúrgica y devocional como el que nos disponíamos a conmemorar requería una respuesta a la altura del mismo. Era el momento justo de ofrecer al mundo el testimonio auténtico, la prueba real de que esta Hermandad mira alto en sus planteamientos. La Junta de Oficiales adopta la decisión unánime de acelerar las obras de ejecución de la Residencia de Mayores con objeto de finalizarlas para esa señalada fecha. Los meses fueron deshojando hojas del calendario que irremisiblemente nos encaminaba a la gloriosa semana de octubre. Como si se tratara de dos caminos convergentes, avanzaban al mismo ritmo los preparativos de los cultos y actos a celebrar, que las obras de finalización de nuestra Residencia. La actividad se antojaba frenética. Será muy complicado volver a presenciar la gran movilización de personas que tuvo lugar durante aquellos inolvidables días, más aún teniendo en cuenta las dificultades y el azote que han traído consigo la pandemia y la “nueva normalidad” a nuestras vidas.

 

La noche del sábado día 5 de Octubre de 1996 fue de una emotividad y un magnetismo difícil de narrar. Ante las Sagradas Imágenes, colocadas en el Presbiterio de la Ermita de San Gregorio preparadas para el traslado del día siguiente, desfilaron cientos de cruceros mayores que, emocionados y con lágrimas en los ojos muchos de ellos, contemplaban absortos, como si el tiempo se hubiera detenido, la misma estampa que aún conservaban sus retinas desde hacía veinticinco años, cuando finalizó la procesión triunfal tras la Coronación y el paso quedó en el presbiterio de la Ermita: el Santísimo Cristo de la Vera-Cruz en su paso y a su pies, María Santísima de las Angustias, igual que procesionó en 1971 recién coronada por el Cardenal Bueno Monreal, de recordada memoria.

A la mañana siguiente, el ambiente, engalanado de recuerdos y aromas que nos transportaban a otros lugares y a otros tiempos, ignotos aún para nosotros, se antojaba muy parecido al de las mañanas del paraíso o, más bien, como si aquel 6 de Octubre de 1996 el paraíso hubiese bajado por unos instantes a este bendito pueblo. Las calles, recién regadas, lucían pletóricas de colgaduras, banderolas y jarrones de flores. A las 8,30 h y ante el paso se rezó el Santo Rosario y celebró la Santa Misa. Seguidamente, se organizó meticulosamente la procesión: Cruz de Guía acompañada de faroles, filas de hermanos con cirios formados en veinticinco parejas (años transcurridos), insignias marianas, servidores de librea (pajes), ciriales, incensarios, antepresidencia de autoridades y presidencia de la Hermandad. Alrededor, multitudinario número de hermanos, mayoritariamente con traje oscuro, y de hermanas ataviadas con mantilla blanca.

A las diez de la mañana, con la puntualidad de los grandes momentos, a los pies del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz, la venerada imagen de la Santísima Virgen de las Angustias hacía acto de presencia, enmarcada bajo el dintel de su Ermita, justo en el momento en el que el sol alcanzaba el ángulo exacto para bañar de luz su cara, como una afrenta, como una invitación a relativizar todas las cosas mundanas. Allí, envuelta en su presencia mítica y con su perfil de ensueño, se mostraba soberana, sin más compañía que su Bendito Hijo, maltratado y muerto, resplandeciendo en toda su plenitud. Emergió como una proclamación de alegría y de pena recobradas, como una representación de sufrimiento y desgracia, coronado por el triunfo del gozo. Se elevó como una metáfora sobre sus hijos de Alcalá, como un temblor de exaltación y de melancolía lejanas. Surgió sobre las miradas y los deseos que quieren apropiarse de la realidad que se recorta angulosa y frágil como una fortaleza que oculta un paraíso delicado. Con el traslado de los titulares a la Santa Iglesia Parroquial para celebrar, primero el Triduo Preparatorio y, después, el Solemne Pontifical en que se otorgaría rango canónico a la Coronación de 1971, asistíamos a la génesis de una semana inolvidable, vivida intensamente y sentida como una gran acontecimiento gozoso, un gozo nacido del respeto y de la prudencia, cimentado fuertemente en una devoción sincera manifestada con el testimonio auténtico a lo largo de los siglos. Aquel mismo día 6, en un alarde de perfecto sincronismo, bajo lluvia de pétalos y asaeteada de canciones laudatorias y repiques de campanas que competían con las más sentidas marchas, la procesión llegó a la plaza del Calvario justo al momento en que las campanas daban las doce del mediodía y repicaban para el Ángelus, oración con la que fue saludada María Stma. de las Angustias bajo una catarata de luz. Apenas el paso hizo su entrada en el templo parroquial, comenzó el Acto de Exaltación a María Santísima de las Angustias, que estuvo a cargo de nuestro hermano D. José Ignacio Zambrano Carranza. Durante los días 7, 8 y 9, tal como veinticinco años antes, el Triduo Preparatorio atemperó los ánimos y predispuso las almas para el gran día esperado. El 10 de octubre de 1996 convergen los caminos de la devoción y del testimonio. El reconocimiento canónico de la Coronación de la Virgen por Decreto del Excmo. y Rvdmo. Sr. Fray Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla, de fecha 29 de abril de 1996 y número de protocolo 1138/96, ve fortalecido su sentido simbólico con un hecho que lo enaltece y le otorga un valor añadido, la Bendición e Inauguración, aquella misma tarde, de la Residencia de Mayores que, por decisión unánime de la Junta de Oficiales, luego ratificada por el Cabildo General, lleva el nombre de nuestra imagen titular, la Virgen de las Angustias.

En el transcurso del Solemne Pontifical, que comenzó a las 19,30 horas con un templo completamente lleno y con las calles aledañas también repletas de devotos presenciando el acontecimiento a través de pantallas de televisión colocadas al efecto, nuestro Arzobispo dirigiéndose a la bella imagen de la Virgen proclama algo que sigue tintineando en nuestros oídos: “de todos los amores que han llegado a mi vida, tú has sido el primero”. También manifestó: “todavía no se había hecho la luz y Tú Bendita Señora ya resplandecías en la mente y en el corazón de Dios”. Concluiría la homilía manifestando, en clara alusión a la Residencia de Mayores que ese mismo día se bendeciría: “todas las coronas se quedan pequeñas ya que un amor tan grande sólo se puede pagar con amores”. Posteriormente se procedería a la lectura del Decreto, cuyo tenor literal se reproduce como documento anexo en las imágenes. Tras el acto litúrgico, el Arzobispo, acompañado de las representaciones y autoridades asistentes al acto, y la religioso. Manifestación pública de devoción y oración silente. Palabra y testimonio. Todos estos factores se confabularon en una irrepetible mezcolanza que ha marcado para siempre a los que tuvieron la suerte de vivirlo. Ciertamente, la Gloriosa Procesión triunfal estuvo repleta de finos y acertados detalles y, por mayor ventura, hasta lo incontrolable, como es la meteorología, resultó favorable en grado máximo. La procesión partió de la parroquia a las 8 de la tarde, justo a esa hora en la que las luces toman esa suavidad cromática que hace perfectamente compatibles la luz de la candelería con el fondo azul del cielo. Las formas y el estilo se engalanaron de insólitos e irrepetibles detalles, además de misteriosas casualidades. La procesión, como en el domingo anterior, fue organizada con meticuloso cuidado, si bien con la diferencia de que tanto el Cristo como la Virgen procesionaron por separado cada uno en su paso de salida del Jueves Santo. En ella, además de las veinticinco parejas de hermanos con cirios, que eran relevados por otros hermanos cada hora para que todos pudieran disfrutar de aquella tarde-noche histórica, participaron las adecuadas insignias y los correspondientes servicios de pasos compuestos por los servidores, ciriales, incensarios y presidencias. No sólo fue especial el recorrido de aquella procesión triunfal, pues hizo en un mismo acto el recorrido que hace la cofradía del Jueves Santo, tanto a la ida como a la vuelta, sino que también los pasos presentaron especiales variaciones. El Cristo iba sin la Magdalena y sin el velo pendiendo de la cruz. La Virgen, por su parte, vestía con saya blanca bordada en oro en lugar de la saya verde del Jueves Santo; el exorno floral no fue el clásico de ramos de cera y claveles blancos, sino de flores especiales y, por coincidencia del día, en la calle de la candelería figuraba, en lugar de la tradicional imagen de plata de la Virgen de los Reyes, una imagen también de plata de la Virgen del Pilar, donada para esta ocasión por un hermano.

Dado que el siguiente día, 13 de octubre, era domingo y por tanto no laborable, la procesión pudo llegar a San Gregorio sin prisas ni premuras a la hora justa y prevista. La agradable temperatura de aquella noche y la perfección con la que todo se estaba combinando, hicieron que los pasos llegaran a la ermita arropados por la misma multitud que los había recibido a su salida, sin muestras de cansancio y con ganas aún de continuar en aquel clima de fraternidad y de gozo. Tan solo unas horas después de que la procesión hubiese hecho su entrada, un enorme aguacero acompañado de fuerte viento, propios además del otoño, descargó sobre Alcalá del Río. Quienes al despertarse aquella mañana de frío y viento contrastaron el tiempo reinante con la benignidad y los cielos radiantes de la semana que había concluido, no pudieron por menos que pensar que alguna fuerza especial y misteriosa había estado frenando las inclemencias hasta que todo concluyera. Y no fue sólo esto. Una perspicaz observación posterior de los hechos debe reforzar esta suposición de que todas las casualidades se dieron para que todo fuere, sencillamente, perfecto. La propia coincidencia de las fechas en la semana: el domingo 6 para la procesión de bajada; el lunes, martes y miércoles para el triduo; el gran día, el 10, en jueves; el viernes para el besamanos y el sábado (festivo) para la procesión triunfal de regreso, quedando aún el domingo 13 para descanso. Y no fue solo eso. Hasta los sucesos luctuosos parecían estar movidos por la mano que todo lo ordenaba y dirigía. El día 6, cuando la procesión pasaba por su puerta, nuestra hermana Trinidad Aguilar, que tanto había trabajado por la Hermandad y tan importante participación tuvo luego en el legado de Carmen Velázquez Zambrano, disfrutó lo indecible viendo pasar a su Cristo y a su Virgen en triunfo, mientras repicaba la espadaña del nuevo edificio de la Hermandad. Pero su Cristo y su Virgen le tenían reservado un privilegio especial: vivir los últimos acontecimientos del XXV Aniversario junto a Ellos en el cielo. Al fallecer el mismo día 11 de octubre, la misa de corpore insepulto se celebró en la mañana del día 12 delante de los dos pasos de su devoción, casualidad ésta que, por ningún concepto, puede llegar a repetirse ni a disfrutar ningún otro cofrade alcalareño ya que, cuando los pasos están montados en San Gregorio para la Semana Santa, es imposible celebrar allí ninguna misa por falta de espacio. Durante aquella semana, se preparó dos veces y de forma distinta el paso de Cristo; se montó y desmontó tanto el altar de Quinario como luego el de Besamanos; se montó el paso de palio del Jueves Santo y, todo al mismo tiempo, se preparó también el edificio de la Residencia para su inauguración, estrado incluido; se montaron pantallas gigantes dentro y fuera del templo parroquial; se engalanaron las calles; se sustituyeron los bancos de la iglesia por sillas para aumentar su capacidad... y se barrió y limpió la parroquia tantas veces como hizo falta. En la tarea, más de trescientos hermanos, entre jóvenes y mujeres, lograron el milagro. En época en la que todos estamos demasiados ocupados y faltos de tiempo, no deja de ser este hecho otra gran casualidad.

Fue precisamente este espíritu de colaboración y esfuerzo sin descanso en el trabajo, la generosidad con largueza en la colaboración económica, el saber estar cada uno en su sitio en el momento preciso y, especialmente, la participación devota en todos los actos de culto y piedad lo que, en su conjunto, casi de forma espontánea y sin que nadie pudiera arrogarse ser el autor de la definición, se ha venido a llamar el Espíritu del XXV Aniversario.